Hoy he recordado las palabras de un antiguo profesor: todo profesional ve la vida a través de un filtro, una parrilla intelectual, consecuencia de su formación académica.
Cada uno aplica un filtro para que todo concuerde con su estructura mental interna, construida por cada uno para explicarse el universo. Un documentalista, también. Por eso hace tiempo que veo la Web como un documentalista, es decir, llena de documentos.
Hubo un tiempo en que parecía una moda decir que la Web era como una biblioteca desordenada. Creo que actualmente parece claro que no es así. Un sitio web sí podría cumplir ese símil, siendo cada una de las páginas web equivalente a cada uno de los ejemplares de la colección (servicios aparte, claro).
Sin embargo, hay un tipo de sitios que no cumplen esta comparación: los relacionados con las obras de referencia (directorios, enciclopedias, bibliografías), donde el conjunto de páginas web forman la obra, no la colección.
Mi visión, como documentalista, de una red social, es como la de una obra de referencia: un directorio, que, gracias a la tecnología web, cobra vida. Ese es el punto de vista que he intentado aplicar a la hora de analizar las 3 redes sociales que Jorge Serrano nos pidió estudiar (Facebook, LinkedIn y Neurona).
Para pasar de ser meros directorios a convertirse en redes sociales, estos sistemas incorporan una serie de elementos, que suelen ser comunes a todos ellos:
Unos pocos usuarios tendrán un gran número de contactos y el resto tendrán pocos. Por lo tanto, con unos pocos buenos contactos se podría llegar potencialmente a muchos usuarios
1. Posibilidad de que cada usuario pueda añadir información, subir fotos, vídeos, en definitiva: personalización máxima.
2. Posibilidad de contactar con otros miembros.
3. Posibilidad de buscar y agrupar usuarios (formar una red) con preferencias o gustos comunes y poder visualizar las redes de las personas que están en mi red.
La posibilidad de buscar personas y de navegar entre contactos de contactos es la experiencia más atractiva, pues el resto ya se puede obtener con otro tipo de plataformas. De hecho, el correo electrónico es tedioso, pues debes entrar en la plataforma para poder leerlo, en lugar de poder hacerlo directamente desde tu cuenta personal.
Facebook es una red de amigos y, por tanto, su fin es el de entablar amistades (el nexo es la amistad), mientras LinkedIn y Neurona son redes profesionales (los nexos son las profesiones) y sus objetivos pasan por encontrar personas que interesen para tu negocio o simplemente encontrar un empleo.
Por eso, cada red social es útil en función de tus intereses. Facebook es perfecto para buscar viejos conocidos o crear un espacio para compartir con tu grupo de amigos (especialmente si es un grupo disperso geográficamente). Es una forma más de ocio.
Neurona y LinkedIn son perfectos si lo que deseas es darte a conocer como profesional de un determinado sector. En ese sentido, me quedo con Neurona, simplemente porque tiene más masa crítica de profesionales de mi interés.
Tanto las redes profesionales como las de amigos son redes libres de escala, y de su estudio se ha visto que la distribución de contactos sigue aproximadamente el llamado “principio de Pareto”.
Esto significa que unos pocos usuarios tendrán un gran número de contactos y el resto (la famosa larga cola) tendrán pocos. Por lo tanto, con unos pocos buenos contactos se podría llegar potencialmente a muchos usuarios.
De aquí surge la famosa teoría de los 6 grados de separación (existe un grupo en Facebook donde se intenta comprobar). Aplicado a la bibliometría, existe el llamado número de Erdös, del que ya nos habló “El Documentalista Enredado”.
Relacionado con el número de contactos está el “coleccionismo de huesos”: ante una invitación de un desconocido, el rechazo puede significar una descortesía y la aceptación puede significar tener una falsa y enorme red de amigos, lo cual te da poder en la red. Pero si nos quedamos con una red verdadera ¿tiene sentido usar una red social?
Las redes sociales son, ante todo, fuentes de información, por ello su uso debería ser, pasada la novedad, el mismo que hacemos del resto de fuentes: herramientas útiles para encontrar información. Definitivamente, estamos en la era del referencista.
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